/ martes 17 de octubre de 2023

Conoce la historia detrás de La Casa de la Monja

Aquella residencia del siglo XVIII fue heredada entre la familia de generación en generación, cuentan

Edificada por el minero español Miguel Ramón Gastambide, a mediados del siglo XVIII, en Durango, La Casa de la Monja es una de las pocas casas coloniales que aunque ha sido remodelada en varias ocasiones, se conserva aún en pie.

Así lo narra el cronista, J. Ignacio Gallegos Caballero, en una leyenda que se incluye en el libro Leyendas y Relatos del Durango Antiguo –tercera parte-, de Manuel Lozoya Cigarroa. Aquella residencia fue heredada entre la familia de generación en generación, pero, cuando aún vivía en ella el acaudalado Gastambide, el licenciado Gallegos cortejaba a una de sus hijas de nombre Lucinda, cuando inesperadamente se presentó ante él una persona y le dijo lo siguiente:

A principios del siglo pasado el inmueble era propiedad de doña Manuela Natera de Pacheco | Foto: Cortesía Pixabay

- “Joven, aunque no tengo el gusto de conocerlo, me presento a usted, mi nombre es Juan García Canales; mis amigos, por mi indumentaria me llaman ‘el espantapájaros’. Me ha llamado la atención verlo aquí todas las tardes a esta misma hora, y me imagino que anda de enamorado de una chica que vive en La Casa de la Monja”.

- “Mucho gusto en conocerlo, señor”, respondió el licenciado Gallegos al momento en que le extendió su mano, y preguntó “¿a qué casa se refiere?”.

- “A la de la monja, joven, así se le conoce a la casa donde vive su novia, más bien así se le conoció por espacio de muchos años, aunque hoy ese nombre se ha perdido”.

A principios del siglo pasado el inmueble era propiedad de doña Manuela Natera de Pacheco | Foto: Cortesía libro Leyendas y Relatos del Durango Antiguo

Enseguida aquella persona identificada como Juan García Canales explicó que sus intenciones de hablar con el licenciado Gallegos eran contarle la historia que siempre él conoció a través de su mamá. Efectivamente la casa de la que hablaba era la de Lucinda. Comenzó por contarle que, según documentos que ella misma vio, a principios del siglo pasado era propiedad de doña Manuela Natera de Pacheco.

Para aquel momento la casa era muy grande, pero ahora está muy dividida, incluso la huerta desapareció. Al paso de los años Manuela Natera de Pacheco vendió la casa a Marta Zuloaga, una española muy guapa que había llegado a la ciudad en compañía de su hermana Antonia, que iba a casarse con Francisco del Fierro, un hombre rico propietario de la Hacienda Menores Arriba.

Este señor que era viudo, tenía un hermano sacerdote de nombre Hermenegildo del Fierro, que hizo un viaje a España, donde conoció a Antonia Zuloaga, que le gustó para que se casara con ella su hermano, invitándola para venir a Durango para ello.

“Le ofreció a pagarle los gastos de viaje a esta ciudad, y si no se arreglaba el matrimonio, le pagaría los gastos de regreso. Doña Antonia estuvo de acuerdo en venir, estableciendo la condición de que la acompañara su hermana Marta”.

Así, llegaron a Durango y se hospedaron en la casa del sacerdote, a donde fue Francisco a conocer a la recién llegada. Don Antonia al mirarlo le preguntó:

- “¿Le cuadró o no le cuadró?”, la respuesta fue positiva y enseguida llegó la boda.

Luego que sí hubo empatía, Marta se casó con Antonio, hijo de Francisco, y se fueron a vivir a esa famosa casa.

- “¿Y esa señora acabó con ser monja, o por qué se llama así la casa donde vivió?”, preguntó el licenciado Gallegos en medio de la historia.

A principios del siglo pasado el inmueble era propiedad de doña Manuela Natera de Pacheco | Foto: Cortesía libro Leyendas y Relatos del Durango Antiguo

- “Como Marta se quedaba sola porque su marido se iba a la hacienda, ella oía ruidos extraños alarmantes. En algunas ocasiones cuando rezaba el rosario, por los corredores veía a un individuo vestido de militar, que caminaba delante de ella, o bien, la sequía, pero no se le separaba. Como doña Marta no se amedrentaba, tuvo un día el cuidado de seguir sus pasos, pero se le perdió de vista en el segundo patio”.

En otras ocasiones, Marta llegó a ver la figura de una monja que paseaba por los corredores. Su hábito negro y cofia blanca eran inconfundibles. La situación la impresionó, y a pesar que su carácter era fuerte, sintió miedo.

- “Desde entonces esa casa es conocida como La Casa de la Monja”, dijo aquella persona que contaba la historia al licenciado Gallegos.

Explicó además que Marta no tuvo familia en su matrimonio y adoptó a una sobrina política de nombre Refugio Natera, que fue quien heredó la casa.

Ella se casó años después con un señor de apellido Valles, dueño de la Hacienda El Chaparrón, y sus descendientes la vendieron a don Jesús Gutiérrez, actual poseedor.

A principios del siglo pasado el inmueble era propiedad de doña Manuela Natera de Pacheco | Foto: Cortesía Pixabay

- “Había dinero enterrado en esa casa, ¿quién lo sacó?”, preguntó Gallegos.

- “Algunos de los que vivieron en ella. Creo que el primero fue el doctor Jackson. Sucedió que todas las noches que el doctor regresaba a su casa, veía en una ventana una sombra blanca, era la monja que veía doña Marta Zuloaga. El doctor se molestaba pensando que su hija Maina producía la sombra al estar platicando con su novio, y al advertir que Maina estaba dormida, pensó que en esa pieza debía haber dinero enterrado”.

También cuenta la leyenda que tuvieron suerte de encontrarse con parte del tesoro José María de la Parra, y un licenciado de apellido Bermúdez. La persona que se acercó con Gallegos a contar esta historia, le aconsejó buscar en el primer patio, donde se observa con regularidad un angelito, que sale del piso, vuela y se pierde.

- “Que interesante historia me ha contado en esta tarde, señor Juan García Canales”, respondió el licenciado Gallegos y se comprometió a seguir contando la historia para que ésta no muera.

Edificada por el minero español Miguel Ramón Gastambide, a mediados del siglo XVIII, en Durango, La Casa de la Monja es una de las pocas casas coloniales que aunque ha sido remodelada en varias ocasiones, se conserva aún en pie.

Así lo narra el cronista, J. Ignacio Gallegos Caballero, en una leyenda que se incluye en el libro Leyendas y Relatos del Durango Antiguo –tercera parte-, de Manuel Lozoya Cigarroa. Aquella residencia fue heredada entre la familia de generación en generación, pero, cuando aún vivía en ella el acaudalado Gastambide, el licenciado Gallegos cortejaba a una de sus hijas de nombre Lucinda, cuando inesperadamente se presentó ante él una persona y le dijo lo siguiente:

A principios del siglo pasado el inmueble era propiedad de doña Manuela Natera de Pacheco | Foto: Cortesía Pixabay

- “Joven, aunque no tengo el gusto de conocerlo, me presento a usted, mi nombre es Juan García Canales; mis amigos, por mi indumentaria me llaman ‘el espantapájaros’. Me ha llamado la atención verlo aquí todas las tardes a esta misma hora, y me imagino que anda de enamorado de una chica que vive en La Casa de la Monja”.

- “Mucho gusto en conocerlo, señor”, respondió el licenciado Gallegos al momento en que le extendió su mano, y preguntó “¿a qué casa se refiere?”.

- “A la de la monja, joven, así se le conoce a la casa donde vive su novia, más bien así se le conoció por espacio de muchos años, aunque hoy ese nombre se ha perdido”.

A principios del siglo pasado el inmueble era propiedad de doña Manuela Natera de Pacheco | Foto: Cortesía libro Leyendas y Relatos del Durango Antiguo

Enseguida aquella persona identificada como Juan García Canales explicó que sus intenciones de hablar con el licenciado Gallegos eran contarle la historia que siempre él conoció a través de su mamá. Efectivamente la casa de la que hablaba era la de Lucinda. Comenzó por contarle que, según documentos que ella misma vio, a principios del siglo pasado era propiedad de doña Manuela Natera de Pacheco.

Para aquel momento la casa era muy grande, pero ahora está muy dividida, incluso la huerta desapareció. Al paso de los años Manuela Natera de Pacheco vendió la casa a Marta Zuloaga, una española muy guapa que había llegado a la ciudad en compañía de su hermana Antonia, que iba a casarse con Francisco del Fierro, un hombre rico propietario de la Hacienda Menores Arriba.

Este señor que era viudo, tenía un hermano sacerdote de nombre Hermenegildo del Fierro, que hizo un viaje a España, donde conoció a Antonia Zuloaga, que le gustó para que se casara con ella su hermano, invitándola para venir a Durango para ello.

“Le ofreció a pagarle los gastos de viaje a esta ciudad, y si no se arreglaba el matrimonio, le pagaría los gastos de regreso. Doña Antonia estuvo de acuerdo en venir, estableciendo la condición de que la acompañara su hermana Marta”.

Así, llegaron a Durango y se hospedaron en la casa del sacerdote, a donde fue Francisco a conocer a la recién llegada. Don Antonia al mirarlo le preguntó:

- “¿Le cuadró o no le cuadró?”, la respuesta fue positiva y enseguida llegó la boda.

Luego que sí hubo empatía, Marta se casó con Antonio, hijo de Francisco, y se fueron a vivir a esa famosa casa.

- “¿Y esa señora acabó con ser monja, o por qué se llama así la casa donde vivió?”, preguntó el licenciado Gallegos en medio de la historia.

A principios del siglo pasado el inmueble era propiedad de doña Manuela Natera de Pacheco | Foto: Cortesía libro Leyendas y Relatos del Durango Antiguo

- “Como Marta se quedaba sola porque su marido se iba a la hacienda, ella oía ruidos extraños alarmantes. En algunas ocasiones cuando rezaba el rosario, por los corredores veía a un individuo vestido de militar, que caminaba delante de ella, o bien, la sequía, pero no se le separaba. Como doña Marta no se amedrentaba, tuvo un día el cuidado de seguir sus pasos, pero se le perdió de vista en el segundo patio”.

En otras ocasiones, Marta llegó a ver la figura de una monja que paseaba por los corredores. Su hábito negro y cofia blanca eran inconfundibles. La situación la impresionó, y a pesar que su carácter era fuerte, sintió miedo.

- “Desde entonces esa casa es conocida como La Casa de la Monja”, dijo aquella persona que contaba la historia al licenciado Gallegos.

Explicó además que Marta no tuvo familia en su matrimonio y adoptó a una sobrina política de nombre Refugio Natera, que fue quien heredó la casa.

Ella se casó años después con un señor de apellido Valles, dueño de la Hacienda El Chaparrón, y sus descendientes la vendieron a don Jesús Gutiérrez, actual poseedor.

A principios del siglo pasado el inmueble era propiedad de doña Manuela Natera de Pacheco | Foto: Cortesía Pixabay

- “Había dinero enterrado en esa casa, ¿quién lo sacó?”, preguntó Gallegos.

- “Algunos de los que vivieron en ella. Creo que el primero fue el doctor Jackson. Sucedió que todas las noches que el doctor regresaba a su casa, veía en una ventana una sombra blanca, era la monja que veía doña Marta Zuloaga. El doctor se molestaba pensando que su hija Maina producía la sombra al estar platicando con su novio, y al advertir que Maina estaba dormida, pensó que en esa pieza debía haber dinero enterrado”.

También cuenta la leyenda que tuvieron suerte de encontrarse con parte del tesoro José María de la Parra, y un licenciado de apellido Bermúdez. La persona que se acercó con Gallegos a contar esta historia, le aconsejó buscar en el primer patio, donde se observa con regularidad un angelito, que sale del piso, vuela y se pierde.

- “Que interesante historia me ha contado en esta tarde, señor Juan García Canales”, respondió el licenciado Gallegos y se comprometió a seguir contando la historia para que ésta no muera.

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