Cuando Juan Pablo II vino a Durango

Para Corina Castañeda, el mes de mayo de 1990 resultó inolvidable

Víctor Blanco | El Sol de Durango

  · lunes 18 de mayo de 2020

Foto: Cortesía

Para Corina Castañeda Corral, el mes de mayo de 1990 resultó inolvidable, pues fue nada menos que el Papa Juan Pablo II, quien aquella calurosa tarde, la hizo partícipe por primera vez del sacramento de la Eucarística al recibir la comunión.

Lo recuerda como si fuera ayer, a pesar de que han transcurrido tres décadas desde aquella visita histórica del Vicario de Cristo a la capital duranguense.

En el culmen personal de la ceremonia, a pesar de la multitud reunida en aquella explanada del fraccionamiento Jardines de Durango, la entonces niña Corína Castañeda, quedó sola frente al Santo Padre, un instante mágico, místico, religioso, que la marcó para toda la vida y aunque fue criada en la fe, y no obstante su corta edad, ahí consolidó su vocación católica.

Corina, quien confía sus recuerdos a El Sol de Durango para compartirlos al mundo, fue tal vez la infante que con mayor intensidad vivió aquella trascendental visita.

Y es que, su tío, entonces obispo auxiliar, José Andrés Corral Arredondo, fue el responsable de logística del andar de Karol Wojtyla, hoy San Juan Pablo II, por estas calles de Durango.

Luego, la infante, sumamente apegada al clérigo local, vio paso a paso cómo se fue preparado aquel programa y en esta parte recuerda con detalla la manera cómo se fue formando aquella estructura piramidal de madera en la explanada de Soriana, sitio donde recibieron su ordenación cien sacerdotes, y a la vez, la primera comunión algunos infantes.

De los detalles más conmovedores y significativos de hace 30 años, Corina menciona por una parte, la solidaridad que manifestó el pueblo de Durango, pues llegaron acá cientos de miles y narra cómo las familias de los asentamientos aledaños como Jardines de Durango y el Guadalupe, entre otros, dieron alojo a las visitas, pero además, muchos pusieron mesas al frente de las viviendas y dieron de comer a quien así lo solicitó.

Sin embargo, el momento cúspide, fue sin duda aquel instante en que se encontró frente a los ojos del futuro santo, una sensación única a partir de la paz y el cariño que irradiaba por kilogramos el gran personaje; “en el lugar, solamente él y yo”, afirma, le acarició la mejilla y le dio la comunión y ahí consolidó su fe a pesar de que, tal y como lo menciona, dado su parentesco con el obispo auxiliar, navegaba ya de forma clara en el catolicismo.

La ceremonia duró horas, el sol a plomo, decenas de desmayados, y sin embargo, el pueblo permaneció estoico para escuchar al Sumo Pontífice.

A su mente vuelve la figura de Claudio Mercado Rentería y otros miembros de su equipo, que realizaban una transmisión para la televisión local desde una torre formada con andamios.