En el corazón de México, la historia de amor entre Gabriel Gavira y María del Refugio Sáenz es parte de una crónica de la tierra de los alacranes, donde se mezcla la pasión, tragedia y un destino cruel. Según narra Leo Santana, director de Dark Angel Tours, escritor y preservador de arte en Durango, María, originaria de Guanajuato, se convirtió en el amor de Gavira, un brigadier veracruzano al servicio de Carranza. Su encuentro en un mercado, donde ella trabajaba como florista, fue peculiar. Gabriel, con un cumplido poco ortodoxo, preguntó: “¿Cuál es el nombre de tan bella flor?”, a lo que una compañera de María respondió entre risas: “Se llama Refugio”.
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Pronto, el apodo “Cuca” se hizo común entre ellos. A pesar de que al principio María no cedía ante los encantos de Gavira, su persistencia dio frutos y, al poco tiempo el amor floreció. Se convirtieron en novios y tuvieron dos hijos antes de que la guerra los separara.
Un telegrama de Carranza llegó para Gavira: debía ir a Durango a enfrentar a las tropas villistas. Sin dudarlo, María tomó su maleta y le dijo: “A donde tú vayas, yo voy”. Así, llegaron a Durango, donde formaron una familia con otros dos hijos, convirtiéndose en cuatro en total.
Gavira se volvió un personaje controvertido en la historia de Durango, conocido tanto como “el destructor de Durango” como “el que impulsó su crecimiento”. Su mandato se vio marcado por decisiones drásticas, como la demolición del templo de San Francisco para construir el multifamiliar que hoy conocemos.
Tiempo después le llegó otro telegrama de Carranza, donde le dicen: “más vale que no estés en tus laureles, porque ya vienen los villistas bajando por Santa María del Oro, te los atoras ahí o date por vencido”.
Con el inminente peligro de Pancho Villa, se acercó a María y le contó que debía partir a la batalla. Aunque ella nuevamente tomó sus maletas para irse con él, Gavira no lo permitió. Él finalmente tenía que irse. No hubo beso de despedida, y es que en un emotivo adiós, se hizo una promesa de regresar, y para ese entonces, darse otro beso. Se despidieron con la esperanza del beso que tendrían al volver.
Ocho largos meses de combates pasaron antes de que Gavira lograra regresar victorioso. Al llegar, sin embargo, la realidad lo golpeó: María había muerto. Un hombre le informó que ella había sido sepultada en el Panteón de Oriente. Se decía que había fallecido de un mal del corazón, pero la verdad era mucho más trágica.
María había sufrido de catalepsia, una condición que la había dejado sin signos vitales, pero consciente, durante su velorio. Cuando finalmente recobró la conciencia, se encontraba atrapada en su ataúd, luchando por salir mientras el aire se le escapaba. En su desesperación, había rasguñado el terciopelo del féretro y desgarrado su rostro, lo que hacía la escena aún más dolorosa.
Desolado, Gavira exigió que desenterraran su cuerpo para cumplir la promesa de darle un beso de despedida. Al abrir el ataúd, se encontró con una visión horrenda que desató su dolor y desesperación. Durante dos noches más, Gavira mantuvo el cuerpo de María en vela, esperando un milagro que nunca llegó.
Agradeciendo el talento del cantero Benigno Montoya, Gavira le pidió una tumba digna. Montoya solicitó, sin embargo, que su obra fuera firmada, lo cual Gavira aceptó.
La tumba de María del Refugio Sáenz se convirtió en un símbolo de amor eterno. Un tronco cortado representa una vida incompleta, y el nido de pichones simboliza la familia que dejó atrás. Al fondo, una paloma caída refleja el dolor de una madre que se fue demasiado pronto.
Mientras Gavira lidiaba con su pérdida, se dedicó a escribir poemas para Cuca, inmortalizando su amor en palabras. Esos poemas pueden leerse hoy en su tumba, en el Panteón de oriente. A lo largo de su vida, Gavira enfrentó la controversia que le trajo su carrera política, pero su amor por María siempre fue su refugio en tiempos oscuros.
La historia de Gavira y María no es solo una leyenda; es un capítulo real de la historia de Durango, una crónica de amor que perdura en el tiempo. La memoria de Cuca sigue viva en las calles de Durango, recordando que el amor verdadero puede enfrentar incluso la muerte.
A través de los años, la tumba de María ha sido visitada por aquellos que buscan comprender la profundidad del amor que Gavira sintió por su esposa. La historia de su vida y su trágico final ha resonado en la comunidad, convirtiéndose en un testimonio del amor que, a pesar de las circunstancias, nunca muere.
Hoy, el legado de Gabriel Gavira y María del Refugio Sáenz continúa, no solo en las leyendas que se cuentan, sino también en la memoria colectiva de Durango.