Dicen los que saben que “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, y eso, junto a la leyenda que se lee a continuación, pudiera ser una buena señal para que salden sus cuentas. Pero también, para que se evite hablar por hablar, porque nadie sabe, nadie está exento, y el destino podría dar una gran sorpresa.
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En Durango hay una leyenda denominada “Préstamo pagado desde el más allá”, protagonizada por Don Pancho –el cargador de la estación- quien habría venido desde el más allá para pagar un dinero que debía y que prometió pagar incluso muerto.
Dice Manuel Lozoya Cigarroa en su libro Leyendas y Relatos del Durango Antiguo, que Don Pancho –el cargador de la estación- le pidió prestados a Don Lencho un total de 50 pesos fuertes, y le firmó un papel que decía lo siguiente:
“Le firmo este papel para que no tenga desconfianza de que no le voy a pagar sus 50 pesos, porque yo a nadie le he quedado a deber nada, ya que lo que yo debo lo pago, y le aseguro que si me muero me salgo de la tumba para pagarle a usted su dinero”.
La leyenda relata que Don Lencho era un adulto de la tercera edad, “gordinflón, achacoso y lento en sus movimientos”, se lee en el texto, donde además se explica que el hombre amasó una fortuna como prestamista y comerciante, que además tenía su tienda de abarrotes en la primera esquina de la calle Independencia y prolongación Felipe Pescador.
Su tienda se llamaba “Tepeyac”, y estaba ubicada precisamente frente a un jardín llamado Mercadito, donde años aún más atrás se había instalado un mercado ambulante.
Por su parte Don Pancho era un hombre corpulento, de regular edad, serio y formal, para quien cabe resaltar que el honor y la palabra eran de gran valía. Él, toda su vida se había dedicado a servir a la comunidad durangueña como cargador de la Estación de Ferrocarriles.
Se le recuerda en la historia con un pantalón de mezclilla azul, camisa de manta, camisola de mezclilla, huaraches de cuatro puntadas y una enorme pechera de gamuza amarilla que aseguraba era de piel de venado.
Un día cualquiera acudió a El Mesón de San Pablo –amplio corralón con cuartos pequeños alrededor donde paraban y se hospedaban los campesinos-; ahí se encontró con dos rancheros aficionados al juego de los naipes.
Ahí se pusieron a jugar albures por largo rato, quienes le ganaron 200 pesos, que en ese tiempo, en 1953, era una cantidad fuerte, o como decían antes, “una cantidad respetable”.
Don Pancho, perdido y con ganas de seguir jugando en busca de reponerse, pero también de desquitarse, recurrió a un préstamo personal con Don Lencho, solamente que no llevaba ninguna prenda de valor para dejar en garantía, y le pidió 50 pesos prestados, dejando solamente su palabra que volvería a pagar.
Era una cantidad fuerte de dinero en aquel momento, la cual incluso era difícil de reunir y por tanto pagar. Por un momento Don Lencho mostró resistencia para acceder a prestarle tal cantidad.
En tanto, desesperado Don Pancho dijo: “Don Lencho, présteme el dinero, no desconfié de mi persona, que aún muerto yo vendré a pagarle le firmo un papel para que se sienta más seguro”.
En medio de ruegos y negaciones, finalmente el tendero aceptó; el acuerdo fue que se debería pagar ese dinero en dos meses. Así, pudo continuar Don Pancho con el juego de cartas en El Mesón de San Pablo. La suerte no fue del lado de él, pues perdió aquellos 50 pesos que acaba de conseguir.
Era una noche fría en la que perdió el dinero, pero ganó una fuerte pulmonía; de frente al padecimiento, bastaron tres días para que muriera, dejando la cuenta pendiente con Don Lencho, y más que eso, sus palabras de promesa de pagar incluso estando muerto.
“Miren, Don Pancho me quedó debiendo 50 pesos, y me firmó un papel diciendo que si se moría, saldría de la tumba a pagármelos, pero ya pasó un mes y no viene, lo cual demuestra que los muertos no pagan”, contaba Don Lencho a todo aquel que iba a su tienda.
Llegó el día, dos meses después, en que la cuenta de los 50 pesos vencía; eran la medianoche, bajo un escenario triste, con las calles desoladas. Cuenta la leyenda que el tendero estaba con el papel que le firmó el difunto, cuando de manera sorpresiva e inesperada llegó Don Pancho –el cargador de la estación-, con un billete de 50 pesos en mano.
No hubo diálogo, solamente Don Lencho, con miedo pero también alegría, recibió el dinero, y de su parte entregó el pagaré que mostraba la deuda. El fallecido tomó el pagaré, dio la media vuelta y al trasponer el umbral de la tienda desapareció.
“El tendero como fulminado por un rayo cayó al piso sin conocimiento, y quinees ocurrieron a darle auxilio, encontraron tirado a un lado de su cuerpo el billete de 50 pesos”, dice el texto.
Y se agrega que al momento de reestablecerse, fue trasladado al Templo de Santa Ana, donde se confesó y regaló a la Iglesia los polémicos 50 pesos.
Pero, la impresión del prestamista le derivó en un derrame de vilis que le fue incurable, de tal manera que al poco tiempo falleció. Dice Lozoya Cigarroa que este hecho causó conmoción en Durango en la década de los 30’s, y quizá habrá todavía alguien que recuerde el hecho. ¿Habías escuchado esta leyenda?.