Hace cuatro años, en Durango se cosechaban 120 mil hectáreas de frijol aproximadamente, sin embargo en el 2023 apenas se obtuvieron 12 mil hectáreas de las 150 mil que fueron sembradas, es decir, solo el ocho por ciento de la producción que se tenía contemplada, informó el investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap), Jorge Alberto Acosta Gallegos.
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“Los rendimientos fueron de 300 kilos por hectárea, y el ciclo anterior de 340. Le estamos echando la culpa a que no llueve pero también el suelo no retiene la humedad”, dijo ante un grupo de productores que acudieron a los campos del Inifap, para conocer las nuevas variedades que se han diseñado en el laboratorio de dicha institución para generar producciones más fuertes y resistentes a la sequía.
De acuerdo con el director del Inifap, Rafael Jiménez Ocampo, informó que con esto se pretende darles un recorrido por las diversas especies con las que se cuenta, que ellos conozcan cuál es el rendimiento, a qué condiciones se adaptan y ellos tengan la oportunidad de elegir cuál de todas estas les beneficia a sus tierras.
“Estamos trabajando para cuestiones de cambio climático, tratando de adaptar estas nuevas variedades que sean más resistentes a la sequía, que tengan mayor producción”, comentó el especialista al reconocer que Durango se encuentra dentro de esta incertidumbre climática a la que se le debe hacer frente.
Explicó que en México el 70 por ciento del frijol que se siembra es pinto saltillo, una variedad que también nació en los laboratorios del Inifap hace 24 años, sin embargo ya existen nuevos materiales como el San Rafael, PID 1, PID 2; mientras que también se tienen frijoles negros y otras líneas genéticas.
“La idea es que ellos vean cuál se adapta a sus condiciones, que cambiemos y tratemos de utilizar otras opciones además del Pinto Saltillo”, dijo Jiménez Ocampo, quien señaló que si bien su éxito es probado, luego de tantos años y las mezclas que se dan en el campo de forma normal, dejan de ser la variedad original.
De ahí que se les recomienda a los productores comprar semilla certificada y tener la garantía de que están cultivando un producto de calidad.
Aunque esto implica un costo mayor, pues la semilla certificada duplica el costo de la que no lo está, tradicionalmente los gobiernos tanto federal, como estatales apoyan con el 50 y 25 por ciento del costo total de la semilla respectivamente, mientras que el productor solo aporta el otro 25 por ciento.