Una edición de El Sol de Durango del mes de julio del año 2010 retoma una asombrosa historia ocurrida en el Templo de Los Ángeles, ubicado por calle Aquiles Serdán, frente a la entrada principal del Parque Guadiana. De lo que a continuación se escribe estaría archivado un artículo en el Museo Regional de Durango de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED), mismo que estaría a disposición para quien así lo solicite.
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El relato enmarca primeramente la tradicional visita que hacen decenas de familias a este templo católico cada domingo. Quienes después de oír misa, pasan un rato en el parque. Así como la señora Irma Castañeda, quien contó en aquel momento lo que le sucedió en compañía de sus dos hijos, después de pasar un domingo agradable.
Según narra aquel texto, ya entrada la tarde se encaminaron a la iglesia para esperar la hora de la misa, sin embargo, cuando se iban acercando y ya se encontraban en el atrio, vieron cómo salían las últimas personas que era muy posible hayan estado oyendo misa, y por tanto, la iglesia estaba quedando sola. De igual forma llegaron a darle gracias a Dios.
Poco atrás de ellos llegaba una familia compuesta por cinco personas, los padres y tres jóvenes, todos ellos se sentaron en las bancas del lado oriente del recinto, al lado contrario que Irma y los suyos.
A menos de cinco minutos de estar en oración, la concentración se interrumpió por la entrada a aquel recinto de una mujer de aspecto estrafalario, acompañada de dos perros, uno de ellos muy grande y otro pequeño. Según la descripción, el grande era bull terry blanco, que se observaba agresivo. Los dos canes corrieron por la iglesia.
A la par de ello aquella mujer avanzó rumbo al altar; iba vestida con un pantalón negro ceñido a sus piernas y unos zapatos con la punta de los mismos en forma de pico y enroscada hacia arriba de su empeine, el pelo lo tenía largo y sin pistas de haber utilizado un cepillo, de tal manera que le caía por la cara.
La mujer pretendía hacer un ritual con las cosas que cargaba en su bolsa, los perros jugaban y su aspecto causó miedo a los presentes. “Veíamos cómo el perro blanco detenía su carrera y les gruñía en la mera cara a los jovencitos de la familia que había entrado detrás de nosotros. Fue tanto el susto que provocó en aquellos adolescentes que se levantaran asustados y salieran corriendo hacia fuera del templo, acompañados de sus padres”.
El resto se quedó atónito, en total desconocimiento de qué hacer, mientras que los perros seguían corriendo. La señora Irma señaló que a la par aquella persona estrafalaria hacia algo que por su parte con alcanzaba a comprender.
“Yo pensaba que era algún maleficio para alguna pareja que se iría a cazar en aquel templo, pero como si me hubiera leído el pensamiento aquella mujer volteó la cabeza y me fijó su mirada, como leyéndome el pensamiento”.
Según narra Irma, fue tan intensa la mirada que dejó de hacer todo para incorporarse sin despegar la vista; “se le veían ojos rojos que despedían terror”. Sin dejar de verla, caminó hacia donde estaba Irma y los suyos, quienes ya reaccionaban para salir de inmediato del recinto, en medio del temor por aquella señora, su apariencia y su mirada. “Así estamos hasta la fecha sin saber qué fue lo que ocurrió en aquel momento”.