CANATLÁN, Dgo. (OEM).- Son muchos los testigos que dan fe de aparición de la dama de blanco en la localidad de La Sauceda, Canatlán, Durango, pero pocas historias te erizan la piel como la que estás a punto de leer.
La luna llena iluminaba la carretera esa noche de finales de octubre, cuando Raúl Mancinas salía de Canatlán con rumbo a Durango, luego de haber laborado durante mañana y tarde en sus quehaceres de extensionista en la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural en la ciudad de las manzanas.
El día había sido ajetreado, estimando cosechas en el poblado Nogales y por la tarde, una reunión social, aprovechando que era viernes, en amena convivencia familiar donde como toda buena reunión, el agrónomo probó algunas tequilitas, además de la infaltable carne asada y chiles toreados.
El encuentro familiar se prolongó hasta entrada la noche, el reloj marcada las once y media, cuando Raúl abordó su Caribe modelo 1991 para regresar a casa, en la ciudad de Durango e iniciar en familia el añorado fin de semana, en casita.
Desoyendo la petición de su hermana, que le pedía que se quedará y se regresa al día siguiente, Raúl abordó su coche y con el esplendor de la luna llena, que iluminaba el entorno en su inicio por el bulevar Enrique W. Sánchez, salió rumbo a Durango, esperando llegar pasada la medianoche, que al fin y al cabo a “medios chiles” pareciera, se maneja mejor, sentimiento que no es real pero que el alcohol hace sentir.
Apenas estaba acomodándose en su trayecto cuando al llegar a la entrada del poblado La Sauceda vio a una mujer que le pedía “aventón”, algo inusual pero tampoco fuera de lo común, por ser fin de semana, cuando hay fiestas por doquier y esa dama podría estar regresando de una de ellas, dicho por vestir vestido largo y reluciente blanco.
Como todo buen caballero, Raúl se orilló y abrió la puerta, para que la dama ingresara y así, pensó, hacer el viaje más entretenido y no dormir en el camino.
De inmediato retomó la carretera y no había pasado un par de minutos cuando el Caribe ya estaba a la altura de la estación del gas, a un costado del cerrito del Garbanzo, donde se ubica la imagen del Cristo Rey de la Paz, donde la mayoría del pueblo católico canatlense acostumbra a persignarse y pedir el favor de un viaje seguro.
El agrónomo no era la excepción y sin subir el acelerador se santiguó con el consabido “En nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo”, sintiendo un escalofrío inesperado y al tratar de iniciar charla con su acompañante, gran sorpresa causó al encontrar vació el asiento del copiloto y ni rastro de la dama de blanco.
La segunda reacción, después de la extrañeza, fue mirar por el espejo retrovisor para ver si no se había caído, algo totalmente fuera de lógica, pero al fin y al cabo buscar dar una respuesta a la repentina desaparición de la misteriosa mujer, que pareció evaporarse cuando Raúl hizo la señal de la cruz con su mano derecha.
Con temor, miedo, el agrónomo decidió regresarse a su tierra natal, cuando su cuerpo empezó a estremecerse y llenarse de temor por esa experiencia, que no fue ni su imaginación y mucho menos algún sueño, ya que tenía muy vivo el momento en que la miró pidiéndole un “raid” y subiendo a su Caribe.