En la Zona Centro de la capital duranguense se encuentra la Catedral Basílica Menor de la Inmaculada Concepción, sobre avenida 20 de Noviembre, y fue en su interior donde en el siglo XVIII ocurrió un hecho insólito que dio la pauta para la leyenda denominada “El confesionario que movió el diablo”.
- Te puede interesar: ¿Sabes cuánto tiempo tardaron en la construcción de la Catedral de Durango?
Lo ocurrido específicamente en el año 1738 conmovió a la callada y tranquila ciudad colonial. El suceso fue considerado además de insólito, como terrorífico e infernal. El protagonista de esta leyenda que escribe Manuel Lozoya Cigarroa en su tercer tomo de Leyendas y Relatos del Durango Antiguo es Juan Pérez de Toledo y Mendoza.
Y todo comienza cuando él, en su arrepentimiento quería anular un trato que previamente había hecho con el diablo. Lamentablemente, Toledo y Mendoza quedó sin vida al interior del famoso y principal recinto religioso.
Se trató de un hombre rico de nacimiento que estaba dominado por el vicio y la ambición; y quien finalmente dilapidó su inmensa fortuna entregado al vino, al juego y las mujeres, y toda clase de vicios que puede cargar sobre sí un ser humano. Todo ello llevó a Juan Pérez a la miseria.
Él, al mirarse abrumado por la pobreza y sus vicios, determinó recurrir a delitos como el robo y asesinato, con la finalidad de satisfacer sus necesidades insanas, y mitigar además su falta de recursos.
Dice la leyenda que “la justicia lo perseguía, la indigencia y el vicio lo seguían dominando, y en un arranque supremo de desesperación y angustia, tratando de encontrar una solución mágica a sus problemas, recurrió a pedir auxilio, y ayuda al diablo”.
Al oriente de la ciudad, en medio de la oscuridad, aquel hombre llamó tres veces a Satanás; era la medianoche. El supremo señor de las tinieblas se apareció envuelto en un torbellino de viento y polvo. “Llegó con traje de la época, totalmente negro, rostro cadavérico donde brillaba un par de ojos rojos que despedían fuego”.
Intercambiaron palabras y enseguida Juan Pérez de Toledo y Mendoza fue investido de poderes sobrenaturales para obtener dinero, vino y mujeres en abundancia, con el solo hecho de pedirlos con el pensamiento.
Así, tras haber hecho un pacto con el diablo, aquel hombre siguió con una vida desordenada, y así el tiempo fue pasando, y a la vez fue envejeciendo. Llegó a la vejez absoluta, justo cuando ya no podría ni con su persona, mucho menos con sus vicios y más.
Para ese momento, como es la ley de la vida, cuando el tiempo madura la existencia de los seres humanos, llega la reflexión y el arrepentimiento ante lo que se hizo años atrás, en la vida. La situación fue tal que el personaje de esta leyenda sintió la necesidad de romper su compromiso con el diablo, quiso burlar el pacto, y para ello ingreso a la Catedral Basílica Menor de la Inmaculada Concepción.
Se acercó a un sacerdote pidiendo confesión, y cuando todo estaba dispuesto para llevar a efecto el sacramento, arrodillado frente al confesor, repentinamente el pesado confesionario con todo y el clérigo que estaba sentado en el mueble, fue levantado bruscamente, colocando la puerta al lado de la pared, y dejando a quien pretendía confesarse en la parte de atrás, el cual cayó muerto de manera fulminante con el asombro del confesor que aprisionado dentro del confesionario empezó a gritar pidiendo a dios perdón y misericordia.
Poco tiempo después, el sacristán y demás autoridades del templo rescataron al sacerdote y levantaron al muerto, el cual daba un aspecto de haber sido quemado como fulminado por un rayo, y despedía desagradable olor a azufre.
La noticia de inmediato se extendió, y el confesionario donde ocurrió todo terminó siendo aborrecido por la población, y así fue sentenciado al olvido, permaneciendo por siglos en un pasillo de la sacristía de los padres.
Se trata de un pesado inmueble de madera, tallado en el siglo XVIII. Actualmente luce rehabilitado, colocado en la nave derecha de la catedral, cerca de la sacristía de la Catedral de Durango.