/ martes 2 de julio de 2024

La piedra que arañó el diablo y la traición de los compadres

En un cerro del ejido de Nogales existe una piedra grande de regular dimensión, donde se aprecia cinco surcos perfectamente marcados por las uñas de Satanás

Desde monjas, apariciones, hombre sin cabeza y tesoros escondidos, son parte de los personajes e historias que se cuentan en las leyendas más emblemáticas del estado de Durango.

Y es que algunos relatos te harán dudar sobre si se trata de una realidad o de una fantasía, pues muchos de éstos siguen provocando miedo pero sobre todo misterio e incertidumbre entre la ciudadanía.

Tal es el caso de la leyenda "La piedra que rasguño el diablo", la cual, según relatan, ocurrió en el ejido duranguense de Nogales, ubicado entre las comunidades de San José de García y Nicolás Bravo, en el que se erige un pequeño cerro que alberga una roca de gran tamaño, la cual llama la atención por tener unos enormes zarpazos en la superficie.


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La existencia de esa pequeña montaña le dio singularidad al lugar convirtiéndolo en un importante centro ceremonial en la época prehispánica, como lo demuestra la cerámica y objetos de industria lítica que se han localizados en torno al montículo de referencia. También tumbas de enterramiento indígenas con sus respectivas ofrendas se han localizado en el lugar, descubrimientos valiosos que no se han estudiado y que han sido objeto de saqueo y destrucción. Por la forma y altura que tiene el pequeño cerro, todo hace suponer que fue utilizado como gran pirámide y en la parte alta se levantó un adoratorio donde se rendía culto al sol, la luna y las estrellas.

Para explicar la existencia de esa pequeña montaña solitaria, algunos dicen que hace muchos siglos, cuando el agua cubría por completo el Valle de Cacaria, todos los seres que habitaban la inmensa laguna acordaron llevar cada quien una piedra para formar una isla que saliera de la superficie del agua y les permitiera salir a tomar el sol y así se formó el cerro.

También se cuenta que en el lugar donde está el cerro, existió el palacio de un gran señor que era el rey de todos los contornos y al sentirse muy poderoso quiso ser más que Dios, por lo que el castillo fue encantado convirtiéndolo en cerro, circunstancia por la que la montañita se encuentre hueca y en su interior existe un tesoro incalculable que algunos le pueden ver solamente el Jueves Santo de cada año a las doce de la noche.

Ellos acostumbraban encontrarse en el cerro, pero cada día era más difícil, pues el compadre empezaba a sentir remordimientos / Foto: Cristián Espinoza / Espinoza


Pero además se dice que hace tiempo vivían en el ejido un hombre y una mujer que eran compadres. Ambos estaban casados pero mantenían una relación en secreto. La comadre, coqueta por naturaleza, era quien había incitado al compadre a caer en la tentación, traicionando la confianza de sus cónyuges.

Ellos acostumbraban encontrarse en el cerro, pero cada día era más difícil, pues el compadre empezaba a sentir remordimientos.

Un día, atosigado por la culpa, fue para decirle a la mujer que su aventura se tenía que terminar, más ella trató de convencerlo de que continuarán viéndose en secreto. Dicen que cuando ella lo abrazó, un viento fortísimo azotó la montaña y el sol se oscureció.

La comadre, asustada, soltó a su compadre y se persignó, pidiendo perdón por su adulterio y aferrando la cruz de oro que colgaba de su cuello.

—¡Ave María Purísima, Dios Todopoderoso, perdónenme! ¡Protéjanme!


En ese momento, apareció ante ellos un hombre muy alto y vestido de negro, que intentó arrastrar a la comadre por los cabellos. Ella se movió y al no alcanzarla, las uñas del desconocido arañaron la piedra en la que había estado sentada, quedando la marca de sus zarpazos eternamente.

Dicen que esa misma tarde, el compadre desapareció con aquel hombre, que era el diablo.

El pueblo de Nogales, es cabecera del ejido del mismo nombre, se encuentra a cincuenta kilómetros de la ciudad de Durango y la estación del ferrocarril de Tepehuanes que se encuentra a orillas de el pueblo se llama Estación Lucía.

A unos cuantos kilómetros del lugar con dirección del oeste, se encuentran las altas montañas de la Sierra Madre Occidental donde se encuentran las Cuevas del Dorado y Cuevas del Muerto, que al decir de los relatos pueblerinos, fueron madrigueras de bandoleros famosos, quienes dejaron enterrados en esas cuevas tesoros incalculables.

Desde monjas, apariciones, hombre sin cabeza y tesoros escondidos, son parte de los personajes e historias que se cuentan en las leyendas más emblemáticas del estado de Durango.

Y es que algunos relatos te harán dudar sobre si se trata de una realidad o de una fantasía, pues muchos de éstos siguen provocando miedo pero sobre todo misterio e incertidumbre entre la ciudadanía.

Tal es el caso de la leyenda "La piedra que rasguño el diablo", la cual, según relatan, ocurrió en el ejido duranguense de Nogales, ubicado entre las comunidades de San José de García y Nicolás Bravo, en el que se erige un pequeño cerro que alberga una roca de gran tamaño, la cual llama la atención por tener unos enormes zarpazos en la superficie.


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La existencia de esa pequeña montaña le dio singularidad al lugar convirtiéndolo en un importante centro ceremonial en la época prehispánica, como lo demuestra la cerámica y objetos de industria lítica que se han localizados en torno al montículo de referencia. También tumbas de enterramiento indígenas con sus respectivas ofrendas se han localizado en el lugar, descubrimientos valiosos que no se han estudiado y que han sido objeto de saqueo y destrucción. Por la forma y altura que tiene el pequeño cerro, todo hace suponer que fue utilizado como gran pirámide y en la parte alta se levantó un adoratorio donde se rendía culto al sol, la luna y las estrellas.

Para explicar la existencia de esa pequeña montaña solitaria, algunos dicen que hace muchos siglos, cuando el agua cubría por completo el Valle de Cacaria, todos los seres que habitaban la inmensa laguna acordaron llevar cada quien una piedra para formar una isla que saliera de la superficie del agua y les permitiera salir a tomar el sol y así se formó el cerro.

También se cuenta que en el lugar donde está el cerro, existió el palacio de un gran señor que era el rey de todos los contornos y al sentirse muy poderoso quiso ser más que Dios, por lo que el castillo fue encantado convirtiéndolo en cerro, circunstancia por la que la montañita se encuentre hueca y en su interior existe un tesoro incalculable que algunos le pueden ver solamente el Jueves Santo de cada año a las doce de la noche.

Ellos acostumbraban encontrarse en el cerro, pero cada día era más difícil, pues el compadre empezaba a sentir remordimientos / Foto: Cristián Espinoza / Espinoza


Pero además se dice que hace tiempo vivían en el ejido un hombre y una mujer que eran compadres. Ambos estaban casados pero mantenían una relación en secreto. La comadre, coqueta por naturaleza, era quien había incitado al compadre a caer en la tentación, traicionando la confianza de sus cónyuges.

Ellos acostumbraban encontrarse en el cerro, pero cada día era más difícil, pues el compadre empezaba a sentir remordimientos.

Un día, atosigado por la culpa, fue para decirle a la mujer que su aventura se tenía que terminar, más ella trató de convencerlo de que continuarán viéndose en secreto. Dicen que cuando ella lo abrazó, un viento fortísimo azotó la montaña y el sol se oscureció.

La comadre, asustada, soltó a su compadre y se persignó, pidiendo perdón por su adulterio y aferrando la cruz de oro que colgaba de su cuello.

—¡Ave María Purísima, Dios Todopoderoso, perdónenme! ¡Protéjanme!


En ese momento, apareció ante ellos un hombre muy alto y vestido de negro, que intentó arrastrar a la comadre por los cabellos. Ella se movió y al no alcanzarla, las uñas del desconocido arañaron la piedra en la que había estado sentada, quedando la marca de sus zarpazos eternamente.

Dicen que esa misma tarde, el compadre desapareció con aquel hombre, que era el diablo.

El pueblo de Nogales, es cabecera del ejido del mismo nombre, se encuentra a cincuenta kilómetros de la ciudad de Durango y la estación del ferrocarril de Tepehuanes que se encuentra a orillas de el pueblo se llama Estación Lucía.

A unos cuantos kilómetros del lugar con dirección del oeste, se encuentran las altas montañas de la Sierra Madre Occidental donde se encuentran las Cuevas del Dorado y Cuevas del Muerto, que al decir de los relatos pueblerinos, fueron madrigueras de bandoleros famosos, quienes dejaron enterrados en esas cuevas tesoros incalculables.

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