De nuestra hemeroteca… En el periódico del 2 de noviembre de 1987, hay un texto escrito por Manuel Lozoya Cigarroa, un escritor y cronista de la ciudad de Durango, que falleció el 24 de agosto de 2012. Y va dirigido precisamente a las fechas de la actual temporada, el Día de Muertos y Halloween.
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Y es que el escritor de decenas de leyendas duranguenses llamó a los lectores de El Sol de Durango a no dejar ir la tradición que representa el Día de Muertos, pero también expresó en aquel momento, hace 37 años, su punto de vista por el Halloween.
“La celebración del Día de Muertos es una tradición mexicana que debe conservarse. Data de los tiempos prehispánicos, y confirmada por los españoles, ha llegado hasta nuestros días”, dice en un texto pequeño del lunes 2 de noviembre de 1987.
La celebración del Día de Muertos debe revestir toda la solemnidad característica que le ha dado el pueblo mexicano, quien desde temprana hora se da cita en los panteones para depositar flores en las tumbas, y celebrar el día con fiesta y licor.
“Se venden juguetes para los niños, pan de muerto, calaveras de azúcar, coronas de cempasúchil, aguas frescas y las populares calaveras que son composiciones en verso donde el pueblo con agudo ingenio y critica”.
En tanto, respecto al Halloween, dijo, “… es una tradición extranjera que viene de Europa, donde los antiguos Celtas encendían fogatas para ahuyentar a las brujas y malos espíritus que venían del mas allá”.
Por ello, decía que debía ser rechazada, pues no era parte de México, y consideraba que sí era una destrucción de la tradición local y que rompía con los valores culturales mexicanos.
Halloween “…se refiere exactamente a lo contrario de lo que quiere decir el Día de Muertos, ya que en la tradición mexicana, con la ofrenda, los rosarios, las velas encendidas y las flores, se trata de atraer a los espíritus de los que ya se fueron, para hacerlos convivir simbólicamente con nosotros por ese día”.
Biografía de Manuel Lozoya Cigarroa
Según la historia, dedicó 40 años a su labor educativa, desempeñándose como catedrático de Educación Superior, y como director en diversas Escuelas Normales del país. Gran parte de su tiempo lo dedicó a la investigación y a la escritura, siendo autor de múltiples publicaciones destacadas, como Historia Mínima de Durango, Hombres y Mujeres de Durango, y Leyendas del Durango Antiguo.
Recibió varios premios y distinciones, entre ellos la medalla de oro Ignacio Manuel Altamirano, por sus cuatro décadas de servicio a la educación, así como la medalla Francisco Zarco, otorgada por el Gobierno del estado y el Congreso a duranguenses distinguidos, entre otras condecoraciones.