El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, que llevan a la conciencia aislada, señaló en su homilía dominical el arzobispo Faustino Armendáriz Jiménez.
Desde la Catedral Basílica Menor a puerta cerrada transcurrió esta celebración eucarística donde el pastor refirió, que cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor y no palpita el entusiasmo por hacer el bien.
Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
Refirió además que el miedo que nos ayudará a ponernos en pie de lucha, es el miedo a perder nuestra vida, el miedo a perder nuestra identidad, el miedo a dejar de ser la Iglesia que Jesucristo quiere; una Iglesia misionera y evangelizadora, una Iglesia comprometida con las causas sociales, testigo de la redención, una Iglesia pueblo.
"Sacudamos de nuestro corazón y de nuestras comunidades eclesiales, el miedo que nos paraliza y atrofia, el miedo a vivir en el ‘gris pragmatismo’ de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad. Vivir así no es digno de los hijos de Dios, no es el deseo del Señor". Ya lo dijo el Papa, es mejor una Iglesia que sale, aunque se accidente que una Iglesia encerrada pero enferma, concluyó.