La historia del Panteón de Oriente comenzó a escribirse en el año 1860, y desde entonces, ha sido un lugar de reposo para los duranguenses que ya murieron, pero también un espacio cargado de misterio y anécdotas, las cuales incluso dan paso a nuevas leyendas. Los mismos ciudadanos que visitan a sus familiares que ahí descansan, o bien, los trabajadores de este recinto funerario, tienen mucho que contar.
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“Trabajar en este espacio para mí ha sido de lo más placentero, pues me encuentro pisando la verdadera historia del hermoso Durango; desde 1864, este lugar alberga las sepulturas de personas icónicos e ilustres, no solo de Durango, sino de todo México”, declaró para El Sol de Durango, Leo Santana, director de Dark Angel Tours, escritor y preservador de arte en Durango.
Él precisamente ya guarda en sus recuerdos varias experiencias vividas al interior de este panteón. En ese tenor recordó la historia de Juan Bautista de Olegaray, quien fue el primer administrador del Panteón de Oriente, y quien tras su muerte fue sepultado en este mismo recinto. Su legado fue amplio, y su historia se sigue escribiendo, pues hay quienes lo han visto caminar entre los pasillos de este cementerio.
Leo Santana ha visto de cerca la silueta de este hombre que marcó huella en este recinto. “Aquí se encuentra la tumba de un hombre por demás carismático y para mi gusto personal muy admirable, el señor Juan Bautista de Olegaray. (…) Fue el primer administrador de este cementerio”.
Según cuenta, la única fotografía que existe de él es un daguerrotipo, y muestra a un hombre de avanzada edad bajando de los tranvías iníciales de la ciudad duranguense; con un sombrero de ala larga, con un saco negro propio de la época.
Los relatos de quienes trabajaban allí cuentan que cada mañana los sepultureros encontraban a Juan ya en su oficina, con una enorme pluma entintada en mano, anotando meticulosamente los nombres de los nuevos inquilinos del cementerio.
Cuando se iban los jornaleros, él continuaba su labor, inmerso en el trabajo, sin que nadie supiera cuándo descansaba. Su dedicación fue tal que, al final de sus días, sus restos también hallaron su descanso en el mismo panteón que tanto amaba.
Apariciones de Juan Bautista de Olegaray
Una de las historias más inquietantes relacionadas con su figura ocurrió una noche cuando Leo Santana hacía un recorrido nocturno, como es común por su labor. Según cuenta, cerca de la barda perimetral que coincide con la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), escuchó el sonido de un bastón golpeando el suelo, lo que le causó una profunda preocupación.
“…escuche el avanzar de un bastoneo, me preocupé, pues al fijar la mirada unos 50 metros a la distancia, pude ver una silueta masculina que ostentaba un sombrero tipo en copa con ala grande, y se veía que una túnica negra le caía por la ropa, yo pensé que era un merodeador nocturno buscando expropiar los huesos de nuestros queridos duranguenses, o el fierro que se puedan encontrar en las tumbas”.
Leo Santana se alertó y encendió su lámpara, procurando espantar al que consideró era un invasor, pero la silueta se fue disolviendo, “escapándose de mi vista”.
Al tenerlo a pocos metros “…le tiré un manazo para sostenerlo, pero cuando mi mano debió tocar su hombro, se desvaneció como niebla en la oscuridad”.
Asegura que nunca lo ha visto de frente, e incluso no lo ha podido captar en video o fotografía, pero siempre esa sombra merodea por los alrededores.
“Si el señor Juan Bautista de Olegaray amaba tanto su trabajo como cuenta la leyenda, estoy convencido que aquella entidad que he visto, que realmente no perturba mi paz, es un inquilino entre estas tumbas, seguramente del primer guardián, el cabal señor Juan Bautista de Olegaray”.