El que no ama a su padre o a su madre no es digno de mí. Para comprender estas palabras tan exigentes hay que tener en cuenta el Evangelio de hace ocho días, sobre el miedo, donde Jesús ha dicho que seguir su obra trae muchos riegos, incluso perder la vida.
Este es el mensaje de la homilía dominical, a través del cual el arzobispo Faustino Armendáriz Jiménez destaca que llegarán momentos en que los apóstoles, y todos los cristianos, tendrán que optar por seguir la misión o abandonarla. Ser cristiano implica hacer elecciones fundamentales que traen consigo renuncias.
El que no toma su cruz, no es digno de mí; esta frase clarifica mucho mejor la enseñanza de este domingo. Jesús no promete grandes premios y reconocimientos, por el contrario, presenta el drama de la Cruz.
Jesús habla con realismo a sus seguidores de tal manera que les previene de aquello que asume un verdadero discípulo del Señor. Amar a Jesús más que a la familia ya lo hicieron Pedro y Andrés, Santiago y Juan.
Lo que ahora exige Jesús es infinitamente más duro: cargar con la cruz. Simbólicamente, pero con repercusiones prácticas, hay que estar dispuestos a cargar con ella y marchar adelante.
Conviene advertir que el amor a la familia y el amor a Jesús no se excluyen ni se oponen. Son compatibles, con tal de mantener la escala de valores adecuada. Los hijos de Zebedeo abandonan a su padre, pero la madre los acompaña e incluso le pide a Jesús un favor especial para ellos.
En cuanto a cargar con la cruz, conviene recordar que unas veces Dios te dejará, otras veces el prójimo te pondrá a prueba, lo que es peor, con frecuencia no sabrás aceptarte a ti mismo, con lo que serás para ti una carga insoportable.
Por eso Jesús propone un cambio en la escala de valores de los discípulos: conservar la vida es perderla, y perderla por Él es conservarla.