El señor César Arturo Garrido Rosales nunca imaginó que una idea surgida en una reunión familiar, en la que decidían cómo se ganarían la vida su hijo y nuera que en aquel momento decidieron dejar los estudios para casarse y formar una familia; 25 años después se convertiría en una de los negocios funerarios más redondos y prósperos que existen hoy en día en el estado de Durango, e incluso se podría decir que este va más allá de sus fronteras.
Y es que el apellido Garrido tiene bien ganado su lugar en el mercado, pues además de los servicios de embalsamamiento y velación, desde hace cuatro años también fabrican sus propios ataúdes, lo que los ha llevado a ser líderes en este ámbito y referencia a nivel estatal y regional.
Recuerda que mientras planificaban el negocio perfecto, aquel que no se limitara a ciertos días de venta, que concluyera su vida productiva, o bien al que la gente no pudiera decir que no; su madre dijo “achis pues solo la muerte“, y a partir de ahí decidieron adentrarse en uno de los negocios más intrigantes, pues trabajar con cuerpos que ya no tienen vida, y ayudarlos a tener una despedida digna, seguramente no es fácil.
Pero la cosa no terminó ahí, César Arturo, quien ahora porta un cubrebocas negro con un mensaje que hace referencia al Covid-19, ese virus que tiene de rodillas al mundo; cuenta que una vez jubilado de la funeraria y luego de ver los problemas que se tenían en el abasto de ataúdes debido a la irresponsabilidad de los proveedores que, en su mayoría, son de Guanajuato, Ciudad de México y Guadalajara; vio una oportunidad de crecimiento y ampliación del negocio a la que no se pudo resistir.
“Yo empecé a hacer un estudio y les dije, vamos a poner la fábrica y nos quitamos de problemas”, cuenta. Y así fue como sin experiencia, ni conocimientos de cómo se fabricaba una caja de muerto, decidió abrir la primera fábrica de ataúdes en Durango, que ahora cuenta con un total de 20 trabajadores concentrados en un taller ubicado en plena Zona Centro de la ciudad y que actualmente cuenta con una cartera de clientes que se extiende a Sinaloa y Ciudad Juárez, sus principales compradores.
En el estado, proveen a municipios como Santiago Papasquiaro, Canatlán, San Juan del Río, Mezquital y Durango.
Como en toda empresa de manifactura, se cuenta con un plan e producción que en un inicio apenas les daba para sacar un máximo de 40 cajas, sin embargo esta ha crecido y actualmente llegan a fabricar entre 280 y 300 ataúdes por mes, es decir, tres mil 600 cajas.
“Son diseños exclusivos, no me interesa gastarle 15 o 20 pesos más a una tapa, pero que quede decorosa, no un cartón nada más pintado y ya”. Efectivamente, luego de dar un recorrido por el talles de don César se puede uno dar cuenta del esmero que cada uno de sus empleados le pone al trabajo, desde el cortador de la lámina, quienes hacen los dobleces, la soldadura, pintura, acabado y al final el tapizado, este último siempre se busca que sea lindo y a la vez elegante, dándole su toque especial que incluso ya ha sido copiado.
Con esto recuerda que incluso se han acercado a él para hacerle pedidos especiales “me pongo a diseñarlo, medidas, qué color quiere y yo se los hago. Al menos en el norte de la República no hay quién haga ese tipo de ataúdes”, comentó orgulloso del trabajo realizado, en el que incluso cuenta en una ocasión llegaron a solicitarle un cajón de grandes dimensiones pues la persona medía poco más de dos metros y pesaba cerca de 280 kilos.
Platica que los ataúdes más vendidos son aquellos que tienen el diseño de figuras religiosas como San Judas Tadeo, y la Virgen de Guadalupe principalmente.
Históricamente, las fechas de mayor demanda son los periodos vacacionales, ya que Semana Santa, verano y los meses de diciembre – enero, generan tal cantidad de muertes, en su mayoría por accidentes automovilísticos o bien durante la temporada de frío, con un repunte en los fallecimientos de adultos mayores por enfermedad.
Sin embargo y pese a la pandemia, no han tenido que incrementar su producción, ya que todos los cuerpos que llegan a ser enviados a su funeraria son incinerados inmediatamente, de acuerdo con órdenes de las autoridades de Salud, a fin de evitar la propagación del contagio. Incluso su personal cuenta con todo el equipo especializado y además de estar capacitados en el manejo de los mismos, luego de tratar con un cuerpo infectado son sanitizados.
Anécdotas:
Entre algunas historias que siempre recordará Don César, se encuentran aquellas surgidas de la terrible etapa en la que el crimen organizado había penetrado en Durango de una manera descomunal, cuando cuerpos desmembrados aparecían en calles, carreteras y fosas clandestinas.
Recuerda que en ocasiones solo llegaba la cabeza del difunto y era necesario hacerle el cuerpo, por lo que compraba unos pantalones, camisas de cuello de tortuga, guantes y almohadas de las más económicas que posteriormente sacaba solo el relleno para hacer una especie de maniquí, “incluso con los guantes les hacíamos las manos y se las poníamos en el pecho”, esto le devolvía la humanidad a la persona y le permitía a la familia despedirlos de manera digna.
Con más de siete mil cuerpos embalsamados y 18 años de experiencia, asegura que la muerte le ha enseñado mucho, principalmente aprendió a ver a los cuerpos con el respeto y la humanidad que se merece un ser que hasta hace algunos momentos tenía vida.
Ahora, después de cuatro años, la fábrica de ataúdes va viento en popa y César Arturo Garrido Rosales no puede estar más feliz de seguir siendo una persona productiva luego de haberse jubilado de uno de los trabajos que más le ha dejado experiencias e historias para contar.