Este 2 de noviembre, Día de Muertos, el panteón de Oriente, el más grande de la capital duranguense, volvió a la vida, cuando miles de duranguenses se dieron cita en el lugar para recordar a quienes emprendieron el viaje sin retorno, luego de que esta tradición ancestral se vio suspendida en 2020 como un efecto más de la pandemia.
Este martes desde temprana hora, comenzó el barullo de la romería en las inmediaciones del gigantesco cementerio, donde de nueva cuenta el ritual acostumbrado de cada otoño en homenaje a los muertos, se llevó a cabo, acompañado como siempre de la venta tradicional de cañas, mandarinas y los infaltables cacahuates.
Al interior del camposanto, no fue extraño observar deudos que aun con la pena viva, con vestimenta negra, derramaron lágrimas sobre la tumba del ser que se fue.
Algunos conjuntos musicales, con tonos norteños o el estruendo de la banda, por enésima ocasión hicieron el fondo para efectuar un recorrido en los pasillos de este camposanto que hace un año, se vio solitario, cuando en plena contingencia sanitaria, familiares de los muertos que aquí yacen, hubieron de permanecer en casa.
Luego, no faltó la escena de la familia que a la sombra de una lila, rindieron honores a sus muertos y aprovecharon el viaje para compartir los alimentos, algunos sofisticados sacaron sándwiches, mientras que otros simplemente desembolsaron el itacate para departir prácticamente en un día de campo.
Los limpiadores de tumbas y retocadores de textos en las lápidas, ofrecieron sus servicios, empero, hoy batallaron más para ser contratados, dada la conocida situación económica complicada que padecen muchos, también como producto, entre otros, de la Covid-19.
El acceso a la necrópolis se dio sin protocolo sanitario, el cuidado de la salud correspondió a cada persona y en los accesos principales, no hubo gel antibacterial, solamente un trabajador del Municipio, llevó a cabo el conteo de romeros, para la estadística.
Las partas más antiguas de este centro, como ocurre desde hace muchos años, se vieron desiertas de personas. Solamente uno que otro curioso se acercó para dar cuenta de quién fue el primer muerto enterrado aquí, o para sorprenderse de que los mausoleos más antiguos datan de cuando iniciaba la segunda mitad del siglo antepasado, donde resalta además que aquellos que aquí descansan, en su mayoría frisaban apenas los cuarenta y tantos años de edad. Muy jóvenes se iban.
Eso sí, en las tumbas fechadas en los años setenta y para acá, fueron miles los que desfilaron para cumplir un año más con esta tradición antigua de recordar a nuestros muertos.