/ martes 26 de septiembre de 2017

El temblor de los niños… ¿Cómo superarlo? ¿Dibujar para atenuar la tragedia?

Para superar las secuelas sicológicas del terremoto, algunos pequeños comenzaron a realizar ejercicios de trazos para liberar sus traumas

A la mañana siguiente del terremoto de 7.1 que sacudió la Ciudad de México, Jacobo, de tres años, despertó a mamá con palmadas en la espalda para contarle un sueño.

- Se movían los árboles así fruuuuu, fruuuuu, fruuuu, y yo me sentaba en la banqueta, fui muy valiente mami.

-¿Sentiste miedo? -pregunta mamá. Mientras se arranca el pañal entrenador rumbo al baño el pequeño responde.

-No, porque soy valiente.

Ese martes 19 de septiembre a las 13:15 de la tarde, Jacobo estaba en el salón decorado con festones mexicanos verdes, rojo y blanco. Cuatro días antes se había festejado la Independencia de México con la televisión encendida en todo el país al momento en que el presidente gritó ¡Viva México! en un balcón de Palacio Nacional frente al pueblo.

 

Jacobo está sentado en el salón de clases donde cursa primero de kínder en una escuela ubicada la colonia Condesa, un barrio que después del sismo jamás será igual.

Antes de que una treintena de edificios se desplomaran en segundos y el gas se convirtiera en la segunda amenaza a vencer, el pequeño -vestido de karateka- esperaba la clase de arte marcial donde los miedos se vencen con disciplina y fortaleza.

Se quedó vestido de blanco sin ver al Sensei. Salió a la calle con sus pasos cortos intentando alcanzar a los demás y perdido en el vaivén de los árboles, las hojas, sus tallos amenazantes. Él y sus amigos estaban a salvo en el pavimento, acordonados con una cinta amarilla rotulada con “peligro”.

A dos días del temblor, sentado en el comedor de los abuelos en una silla donde le cuelgan los pies, Jacobo toma cinco crayolas y dibuja como puede para desahogarse. Con el rojo pinta un corazón al centro de la hoja, con el azul le pone con fuerza puntos como pecas en un rostro y explica: “lo sentí en el corazón”.

 

Matías, de cinco años y hermano mayor de Jacobo, dibuja un triángulo naranja con unas líneas arriba, dos edificios inclinados y un emoji con la boca abierta.

“Esto es la fuga de gas que había por mi escuela, este es el emoji que vomita porque está mareado, aquí están los edificios destruidos”, explica el niño emocionado como si estuviera exhibiendo un guión de ficción en Hollywood.

-¿Sabes qué pasa si hay fuga de gas?

-¿Nos morimos? —responde con sinceridad contundente.

 

Matías y Jacobo tienen doble nacionalidad, son colombianos y mexicanos. Once días antes del temblor, salieron de su salón a paso veloz y de forma ordenada al círculo verde en el patio de la escuela, simulando qué hacer en caso de presentarse un sismo.

Irónicamente dos horas de que se cayeran los edificios en su barrio, habían realizado el mismo ejercicio en simulacro sin que temblara de verdad.

El 19 de septiembre es el día Nacional de la Protección Civil con el que se rememora a las más de 10 mil muertes que ocurrieron ese mismo día, pero en 1985. Los niños de todas las escuelas realizan ejercicios de evacuación que les permiten enfrentar de mejor manera una emergencia.

 

“Hay que mantener la calma, salir al círculo y esperar que pase”, explica Matías con la seguridad de un adulto sin mencionar que la noche del temblor se paró tres veces de la cama a la madrugada, prendió la luz de una lámpara y abrazó a Titi, el oso con el que duerme desde que era un bebé.

Dicen que el miedo paraliza hasta a los más pequeños, pero en la Ciudad de México, en realidad movilizó a millones de todas las edades.

 

Andrea tiene doce años y está en un centro de acopio en Satélite, Estado de México. No sintió tan fuerte el sismo, pero al ver las noticias supo que tenía que ayudar. Llevó medicina, suero, algodón, inyecciones, papel de baño y toallas femeninas. “Me sentí ayudando, lo volvería hacer”.

Una vecina de la Condesa abrió su casa para que niños de los colegios cercanos se refugien en ella; otra intenta sin éxito llamar al 911 y cientos, cientos de jóvenes, agarran el toro por los cuernos, se montan en bicicleta y comienzan a gritar ¿están bien? ¿alguien necesita ayuda?

 

Los rostros desencajados, las lágrimas enseguida. En el ambiente el sonido de las patrullas y los perros, la sirena, la ambulancia, el radio. Ese radio que anuncia un saldo aterrador que va en incremento: 216 muertos. La cuenta de los niños va en 29. La mayoría eran alumnos atrapados entre los bloques de concreto del colegio Enrique Rebsámen cuando cuatro pisos se convirtieron en uno.

Habana tiene cuatro años y, al igual que Matías y Jacobo, sintió el piso moverse en la escuela.

A su corta edad ha visto dos documentales de National Geographic sobre el temblor de 1985 que dejó 10 mil muertos en la Ciudad de México y el sismo que sacudió a Japón en el 2011 de 7.8 grados en la escala de Richter.

 

Habana se dibuja con su flequillo negro y coletas de lado a lado con una sonrisa de media luna triste, dos lágrimas cayendo en las mejillas y tomada de la mano con mamá. “Sentí tristeza, empecé a llorar, me dio mucho miedo, pero llegó mamá”.

La nena de las coletas oscuras escogió juguetes para que llegaran a otras manitas heridas, aturdidas por un terremoto que se llevó con quién jugar. Empacó Barbies, peluches, ropa para muñecas y también a Dora, su favorita. La exploradora que abrazó muchas veces para dormir, la que ilumina la noche con una estrella y canta “buenas noches, good night”.

El monstruo de la noche

El brillo es a la mañana como la sombra a la oscuridad. Es aquí donde los chicos miran con el rabo del ojo el armario, se confunden. Abrazan fuerte al señor oso. En el día, Habana donó a Dora, lució sonriente, pero ya es de noche; han pasado dos noches eternas después del temblor y con los ojos encharcados, la pequeña confiesa sentir miedo de que la tierra se vuelva acomodar.

 

A diez niños contactados para este reportaje, se les pidió que con un dibujo que explicaran sus sentimientos frente al temblor que derrumbó edificios y mató una centena de adultos y niños. La constante es el miedo a la noche; todos ven en la oscuridad el monstruo a vencer.

La mamá de Zoe coincide. Su hija de cinco años, quiere dormir otra vez con ella. “Se aferra de mi mano para dormirse, no quiere ir al baño sola”.

 

La nena pintada en una hoja con un vestido rosado, piernas flacas y zapatos azules, tiene las manos arriba, como cuando la policía dice alto, con ojos de uva, rocas y grietas de cada lado. “Soy yo triste viendo cómo todo se movía”, explica.

 

Leo, de la misma edad de Zoe, se pinta de azul sentado en una silla con cuatro flechas que giran a su alrededor y una puerta de salón. “Sentía que me estaba girando, mareado, me dio un poquito ito (sic) de miedo”.

 

 Fabi mamá del chiquito, reconoce la utilidad de los simulacros en las escuelas donde niños como Leo, saben qué hacer cuando tiembla. “En la noche me pidió que durmiera con él”.

Esteban, de seis, creyó que la tierra “se iba romper con una línea”.

-¿Qué sentiste?

-Temor.

 

Valeria, hermana mayor de Esteban, se dibuja sentada en la computadora y escribe: “Yo, ventana, computadora”. Abajo se ve una escalera sin fin con varias figuras evacuando. “Estaba aterrada”. A Vale le agarró el temblor en la oficina de mamá, hoy no quiere volver allí, tampoco ha comido bien.

 

Goni, de ocho años, tuvo miedo pero no lo cuenta. Delgadito como hilo dental, dibuja dos escaleras y a tres niños en ellas. Dice que cuando las maestras comenzaron a evacuar, pensó que se trataba de un segundo simulacro porque  lo improbable sucedió; a 32 años de ocurrir el sismo más devastador de la Ciudad de México, volvió a temblar. Sí, en la misma fecha, tres décadas después.

 

 

Al niño lo alcanzó el temblor en el pico más fuerte del movimiento bajando las escaleras a la velocidad de su edad, cuando el crujir de la construcción lo hizo pensar que las escaleras se iban a separar.

Esa noche Goni no durmió bien. Se levantó cada hora creyendo escuchar la alerta sísmica. En la mañana, mamá preguntó cómo se sentía, dijo que bien, que había dormido toda la noche de corrido.

En la esquina de la escuela del menor de primaria, justo en la calle Orizaba con Zacatecas en la colonia Roma, la cúpula del Instituto Renacimiento donde su hermana cursa la secundaria, cayó encima de un Porsche de 60 mil dólares que luce peor que un Chevy de segunda mano.

 

El desvelo de Goni, la tristeza de Habana y Zoe, el dolor en el corazón de Jacobo, la ansiedad de Matías, el temor de Esteban, el poquito miedo de Leo, los sentimientos de los mexicanitos que sobrevivieron al temblor, son el motivo para que la psicóloga infantil Juanis Mendoza recibiera cientos de llamadas en tiempo récord: dos días.

Después de poner en Facebook su número telefónico a disposición de todos los que quisieran recibir consulta sicológica gratuita tras el temblor, la psicóloga infantil cuenta que perder el control del esfínter, hacer berrinche seguido, llorar sin motivo aparente, aferrarse a los papás para dormir, son las manifestaciones más comunes de los niños por el estrés post traumático derivado del temblor.

 

Mendoza recomienda a los adultos paciencia con los niños, la misma que tienen millones frente a los edificios a la hora del rescate y ponerlos a dibujar, dibujar como terapia para hacer memoria, conocer sus miedos, espantar temores. Para que ese monstruo que dejó el temblor, sane los corazones de la infancia.

Melissa no alcanza los cinco, no quiere explicar su dibujo. Hoy juega con sus muñecos a que suena la alarma sísmica y está temblando.

Urgen carritos, muñecas, ¡juguetes!

El Deportivo Benito Juárez, ubicado en la calle de Uxmal 807B en la colonia del Valle, es hoy un albergue que socorre a los habitantes de una unidad habitacional, hogar de 159 familias. Nadie puede regresar a casa porque las grietas profundas, las ventanas rotas y la inclinación de la estructura, son la señal de que su hogar podría venirse abajo en cualquier momento.

La solidaridad de los mexicanos ha hecho del deportivo un lugar donde sobra la comida, perecederos, los artículos de aseo personal, las medicinas más raras y convencionales, pero escasean los juguetes.

“Faltan carritos, juegos de construcción, cuentos infantiles, libros para colorear, rompecabezas, memoramas”, dice Genis Jiménez, una antioqueña que cursa el doctorado en psicología educativa en la Universidad Nacional Autónoma de México y que ha puesto su empeño en apoyar en las brigadas psicológicas en éste albergue que tiene una sala acondicionada para los menores que hoy no tienen casa.

Aquí los niños preguntan por sus mascotas, por Batman y Superman, la Doctora Juguetes y la pista de Cars. Miran de frente el edificio que antes era su hogar, quieren subir por sus pequeñas pertenencias que han podido atesorar. Quieren traer su vaso de chupón para agua tomar y lograr un poco de libertad. Quieren volver a dormir tranquilos sin tanta ansiedad.

“Ese terremoto va a ser su primera versión de memoria hacia el futuro”

Según el historiador José Fernelly Domínguez, la importancia de escuchar a los más chicos, aquellos que están empezando a forjar su comportamiento es que tienen abierto todo a entendimiento de lo que pasa a su alrededor. De no brindarles la oportunidad de expresarse y darles todas las herramientas de entendimiento, “esas fechas van a estar enlazadas al miedo y la inseguridad de la superficie donde nos paramos”.

El experto explica que es responsabilidad de los grupos colectivos, la familia y el colegio, tomar una misión consciente educativa sobre los hechos y aprovechar el evento para educar porque “la geología no es una cosa de especialistas, tiene que estar en las manos y el entendimiento de los niños, porque estas cosas seguirán pasando, es natural”, afirma.

Domínguez resalta que la conmemoración de estos hechos debe estar asociada a la exigencia ciudadana para que el Estado garantice mejores condiciones de vida. “Ellos van a ser los portavoces de la memoria de lo que ocurrió, de acuerdo a cómo lo recuerdan será el comportamiento de la gente y ese recuerdo tiene que ir alimentado de la exigencia para que el gobierno brinde las seguridades de su pueblo”.

Finalmente, el especialista reconoció la importancia de que los niños de México dibujen y expresen lo que sintieron después el sismo porque “ese terremoto va a ser su primera versión de memoria hacia el futuro”.

¿Cómo pueden superar los niños el temblor?

  • Genis Jiménez, psicóloga colombiana que apoya a los niños víctimas del  temblor en un albergue de la Ciudad de México, da tips sobre cómo los pequeños pueden pasar la página del terremoto de 7.1

  • Comprensión del evento. Los niños de alguna manera tienen que expresar lo que ocurrió, dónde estaban, qué sintieron.

  • Explicación del evento. Primero escucharlos y después hablar con ellos. Hay varios libros infantiles que cuentan a los niños cómo se mueve la tierra.

  • No exponerlos a los medios. Las imágenes constantes de edificios destruidos, rescates, pueden provocar estrés en los pequeños.

  • Transmitirles seguridad y confianza. Decirles la importancia de estar en un lugar seguro.

  • Priorizar la vida. Muchos niños expresan su preocupación por sus mascotas o juguetes que dejaron en sus hogares. Explíqueles que están haciendo todo lo posible por rescatar sus cosas pero que lo más importante es que están vivos.

  • Trabajo de relajación y emocional. Dibujar lo que pasó, sus miedos y después arrugar el papel para que se vayan. Lectura de cuentos infantiles sobre desastres naturales pueden ser de utilidad, el juego libre. Dígale al niño que ponga una mano en el pecho y otra en su estómago y que respire profundo, como inflando y desinflando un globo.

  • Conocer su cuerpo. Los niños deben aprender a conocer cómo cambia su cuerpo cuando hay miedo o estrés. Si sudan sus manos, enrojecimiento de cara, poner el ceño fruncido, dolor de cabeza, llanto sin motivo aparente, explícales las señales su cuerpo y ponlos hacer trabajo de relajación como respirar profundo diez veces, pensar en un momento especial.

A la mañana siguiente del terremoto de 7.1 que sacudió la Ciudad de México, Jacobo, de tres años, despertó a mamá con palmadas en la espalda para contarle un sueño.

- Se movían los árboles así fruuuuu, fruuuuu, fruuuu, y yo me sentaba en la banqueta, fui muy valiente mami.

-¿Sentiste miedo? -pregunta mamá. Mientras se arranca el pañal entrenador rumbo al baño el pequeño responde.

-No, porque soy valiente.

Ese martes 19 de septiembre a las 13:15 de la tarde, Jacobo estaba en el salón decorado con festones mexicanos verdes, rojo y blanco. Cuatro días antes se había festejado la Independencia de México con la televisión encendida en todo el país al momento en que el presidente gritó ¡Viva México! en un balcón de Palacio Nacional frente al pueblo.

 

Jacobo está sentado en el salón de clases donde cursa primero de kínder en una escuela ubicada la colonia Condesa, un barrio que después del sismo jamás será igual.

Antes de que una treintena de edificios se desplomaran en segundos y el gas se convirtiera en la segunda amenaza a vencer, el pequeño -vestido de karateka- esperaba la clase de arte marcial donde los miedos se vencen con disciplina y fortaleza.

Se quedó vestido de blanco sin ver al Sensei. Salió a la calle con sus pasos cortos intentando alcanzar a los demás y perdido en el vaivén de los árboles, las hojas, sus tallos amenazantes. Él y sus amigos estaban a salvo en el pavimento, acordonados con una cinta amarilla rotulada con “peligro”.

A dos días del temblor, sentado en el comedor de los abuelos en una silla donde le cuelgan los pies, Jacobo toma cinco crayolas y dibuja como puede para desahogarse. Con el rojo pinta un corazón al centro de la hoja, con el azul le pone con fuerza puntos como pecas en un rostro y explica: “lo sentí en el corazón”.

 

Matías, de cinco años y hermano mayor de Jacobo, dibuja un triángulo naranja con unas líneas arriba, dos edificios inclinados y un emoji con la boca abierta.

“Esto es la fuga de gas que había por mi escuela, este es el emoji que vomita porque está mareado, aquí están los edificios destruidos”, explica el niño emocionado como si estuviera exhibiendo un guión de ficción en Hollywood.

-¿Sabes qué pasa si hay fuga de gas?

-¿Nos morimos? —responde con sinceridad contundente.

 

Matías y Jacobo tienen doble nacionalidad, son colombianos y mexicanos. Once días antes del temblor, salieron de su salón a paso veloz y de forma ordenada al círculo verde en el patio de la escuela, simulando qué hacer en caso de presentarse un sismo.

Irónicamente dos horas de que se cayeran los edificios en su barrio, habían realizado el mismo ejercicio en simulacro sin que temblara de verdad.

El 19 de septiembre es el día Nacional de la Protección Civil con el que se rememora a las más de 10 mil muertes que ocurrieron ese mismo día, pero en 1985. Los niños de todas las escuelas realizan ejercicios de evacuación que les permiten enfrentar de mejor manera una emergencia.

 

“Hay que mantener la calma, salir al círculo y esperar que pase”, explica Matías con la seguridad de un adulto sin mencionar que la noche del temblor se paró tres veces de la cama a la madrugada, prendió la luz de una lámpara y abrazó a Titi, el oso con el que duerme desde que era un bebé.

Dicen que el miedo paraliza hasta a los más pequeños, pero en la Ciudad de México, en realidad movilizó a millones de todas las edades.

 

Andrea tiene doce años y está en un centro de acopio en Satélite, Estado de México. No sintió tan fuerte el sismo, pero al ver las noticias supo que tenía que ayudar. Llevó medicina, suero, algodón, inyecciones, papel de baño y toallas femeninas. “Me sentí ayudando, lo volvería hacer”.

Una vecina de la Condesa abrió su casa para que niños de los colegios cercanos se refugien en ella; otra intenta sin éxito llamar al 911 y cientos, cientos de jóvenes, agarran el toro por los cuernos, se montan en bicicleta y comienzan a gritar ¿están bien? ¿alguien necesita ayuda?

 

Los rostros desencajados, las lágrimas enseguida. En el ambiente el sonido de las patrullas y los perros, la sirena, la ambulancia, el radio. Ese radio que anuncia un saldo aterrador que va en incremento: 216 muertos. La cuenta de los niños va en 29. La mayoría eran alumnos atrapados entre los bloques de concreto del colegio Enrique Rebsámen cuando cuatro pisos se convirtieron en uno.

Habana tiene cuatro años y, al igual que Matías y Jacobo, sintió el piso moverse en la escuela.

A su corta edad ha visto dos documentales de National Geographic sobre el temblor de 1985 que dejó 10 mil muertos en la Ciudad de México y el sismo que sacudió a Japón en el 2011 de 7.8 grados en la escala de Richter.

 

Habana se dibuja con su flequillo negro y coletas de lado a lado con una sonrisa de media luna triste, dos lágrimas cayendo en las mejillas y tomada de la mano con mamá. “Sentí tristeza, empecé a llorar, me dio mucho miedo, pero llegó mamá”.

La nena de las coletas oscuras escogió juguetes para que llegaran a otras manitas heridas, aturdidas por un terremoto que se llevó con quién jugar. Empacó Barbies, peluches, ropa para muñecas y también a Dora, su favorita. La exploradora que abrazó muchas veces para dormir, la que ilumina la noche con una estrella y canta “buenas noches, good night”.

El monstruo de la noche

El brillo es a la mañana como la sombra a la oscuridad. Es aquí donde los chicos miran con el rabo del ojo el armario, se confunden. Abrazan fuerte al señor oso. En el día, Habana donó a Dora, lució sonriente, pero ya es de noche; han pasado dos noches eternas después del temblor y con los ojos encharcados, la pequeña confiesa sentir miedo de que la tierra se vuelva acomodar.

 

A diez niños contactados para este reportaje, se les pidió que con un dibujo que explicaran sus sentimientos frente al temblor que derrumbó edificios y mató una centena de adultos y niños. La constante es el miedo a la noche; todos ven en la oscuridad el monstruo a vencer.

La mamá de Zoe coincide. Su hija de cinco años, quiere dormir otra vez con ella. “Se aferra de mi mano para dormirse, no quiere ir al baño sola”.

 

La nena pintada en una hoja con un vestido rosado, piernas flacas y zapatos azules, tiene las manos arriba, como cuando la policía dice alto, con ojos de uva, rocas y grietas de cada lado. “Soy yo triste viendo cómo todo se movía”, explica.

 

Leo, de la misma edad de Zoe, se pinta de azul sentado en una silla con cuatro flechas que giran a su alrededor y una puerta de salón. “Sentía que me estaba girando, mareado, me dio un poquito ito (sic) de miedo”.

 

 Fabi mamá del chiquito, reconoce la utilidad de los simulacros en las escuelas donde niños como Leo, saben qué hacer cuando tiembla. “En la noche me pidió que durmiera con él”.

Esteban, de seis, creyó que la tierra “se iba romper con una línea”.

-¿Qué sentiste?

-Temor.

 

Valeria, hermana mayor de Esteban, se dibuja sentada en la computadora y escribe: “Yo, ventana, computadora”. Abajo se ve una escalera sin fin con varias figuras evacuando. “Estaba aterrada”. A Vale le agarró el temblor en la oficina de mamá, hoy no quiere volver allí, tampoco ha comido bien.

 

Goni, de ocho años, tuvo miedo pero no lo cuenta. Delgadito como hilo dental, dibuja dos escaleras y a tres niños en ellas. Dice que cuando las maestras comenzaron a evacuar, pensó que se trataba de un segundo simulacro porque  lo improbable sucedió; a 32 años de ocurrir el sismo más devastador de la Ciudad de México, volvió a temblar. Sí, en la misma fecha, tres décadas después.

 

 

Al niño lo alcanzó el temblor en el pico más fuerte del movimiento bajando las escaleras a la velocidad de su edad, cuando el crujir de la construcción lo hizo pensar que las escaleras se iban a separar.

Esa noche Goni no durmió bien. Se levantó cada hora creyendo escuchar la alerta sísmica. En la mañana, mamá preguntó cómo se sentía, dijo que bien, que había dormido toda la noche de corrido.

En la esquina de la escuela del menor de primaria, justo en la calle Orizaba con Zacatecas en la colonia Roma, la cúpula del Instituto Renacimiento donde su hermana cursa la secundaria, cayó encima de un Porsche de 60 mil dólares que luce peor que un Chevy de segunda mano.

 

El desvelo de Goni, la tristeza de Habana y Zoe, el dolor en el corazón de Jacobo, la ansiedad de Matías, el temor de Esteban, el poquito miedo de Leo, los sentimientos de los mexicanitos que sobrevivieron al temblor, son el motivo para que la psicóloga infantil Juanis Mendoza recibiera cientos de llamadas en tiempo récord: dos días.

Después de poner en Facebook su número telefónico a disposición de todos los que quisieran recibir consulta sicológica gratuita tras el temblor, la psicóloga infantil cuenta que perder el control del esfínter, hacer berrinche seguido, llorar sin motivo aparente, aferrarse a los papás para dormir, son las manifestaciones más comunes de los niños por el estrés post traumático derivado del temblor.

 

Mendoza recomienda a los adultos paciencia con los niños, la misma que tienen millones frente a los edificios a la hora del rescate y ponerlos a dibujar, dibujar como terapia para hacer memoria, conocer sus miedos, espantar temores. Para que ese monstruo que dejó el temblor, sane los corazones de la infancia.

Melissa no alcanza los cinco, no quiere explicar su dibujo. Hoy juega con sus muñecos a que suena la alarma sísmica y está temblando.

Urgen carritos, muñecas, ¡juguetes!

El Deportivo Benito Juárez, ubicado en la calle de Uxmal 807B en la colonia del Valle, es hoy un albergue que socorre a los habitantes de una unidad habitacional, hogar de 159 familias. Nadie puede regresar a casa porque las grietas profundas, las ventanas rotas y la inclinación de la estructura, son la señal de que su hogar podría venirse abajo en cualquier momento.

La solidaridad de los mexicanos ha hecho del deportivo un lugar donde sobra la comida, perecederos, los artículos de aseo personal, las medicinas más raras y convencionales, pero escasean los juguetes.

“Faltan carritos, juegos de construcción, cuentos infantiles, libros para colorear, rompecabezas, memoramas”, dice Genis Jiménez, una antioqueña que cursa el doctorado en psicología educativa en la Universidad Nacional Autónoma de México y que ha puesto su empeño en apoyar en las brigadas psicológicas en éste albergue que tiene una sala acondicionada para los menores que hoy no tienen casa.

Aquí los niños preguntan por sus mascotas, por Batman y Superman, la Doctora Juguetes y la pista de Cars. Miran de frente el edificio que antes era su hogar, quieren subir por sus pequeñas pertenencias que han podido atesorar. Quieren traer su vaso de chupón para agua tomar y lograr un poco de libertad. Quieren volver a dormir tranquilos sin tanta ansiedad.

“Ese terremoto va a ser su primera versión de memoria hacia el futuro”

Según el historiador José Fernelly Domínguez, la importancia de escuchar a los más chicos, aquellos que están empezando a forjar su comportamiento es que tienen abierto todo a entendimiento de lo que pasa a su alrededor. De no brindarles la oportunidad de expresarse y darles todas las herramientas de entendimiento, “esas fechas van a estar enlazadas al miedo y la inseguridad de la superficie donde nos paramos”.

El experto explica que es responsabilidad de los grupos colectivos, la familia y el colegio, tomar una misión consciente educativa sobre los hechos y aprovechar el evento para educar porque “la geología no es una cosa de especialistas, tiene que estar en las manos y el entendimiento de los niños, porque estas cosas seguirán pasando, es natural”, afirma.

Domínguez resalta que la conmemoración de estos hechos debe estar asociada a la exigencia ciudadana para que el Estado garantice mejores condiciones de vida. “Ellos van a ser los portavoces de la memoria de lo que ocurrió, de acuerdo a cómo lo recuerdan será el comportamiento de la gente y ese recuerdo tiene que ir alimentado de la exigencia para que el gobierno brinde las seguridades de su pueblo”.

Finalmente, el especialista reconoció la importancia de que los niños de México dibujen y expresen lo que sintieron después el sismo porque “ese terremoto va a ser su primera versión de memoria hacia el futuro”.

¿Cómo pueden superar los niños el temblor?

  • Genis Jiménez, psicóloga colombiana que apoya a los niños víctimas del  temblor en un albergue de la Ciudad de México, da tips sobre cómo los pequeños pueden pasar la página del terremoto de 7.1

  • Comprensión del evento. Los niños de alguna manera tienen que expresar lo que ocurrió, dónde estaban, qué sintieron.

  • Explicación del evento. Primero escucharlos y después hablar con ellos. Hay varios libros infantiles que cuentan a los niños cómo se mueve la tierra.

  • No exponerlos a los medios. Las imágenes constantes de edificios destruidos, rescates, pueden provocar estrés en los pequeños.

  • Transmitirles seguridad y confianza. Decirles la importancia de estar en un lugar seguro.

  • Priorizar la vida. Muchos niños expresan su preocupación por sus mascotas o juguetes que dejaron en sus hogares. Explíqueles que están haciendo todo lo posible por rescatar sus cosas pero que lo más importante es que están vivos.

  • Trabajo de relajación y emocional. Dibujar lo que pasó, sus miedos y después arrugar el papel para que se vayan. Lectura de cuentos infantiles sobre desastres naturales pueden ser de utilidad, el juego libre. Dígale al niño que ponga una mano en el pecho y otra en su estómago y que respire profundo, como inflando y desinflando un globo.

  • Conocer su cuerpo. Los niños deben aprender a conocer cómo cambia su cuerpo cuando hay miedo o estrés. Si sudan sus manos, enrojecimiento de cara, poner el ceño fruncido, dolor de cabeza, llanto sin motivo aparente, explícales las señales su cuerpo y ponlos hacer trabajo de relajación como respirar profundo diez veces, pensar en un momento especial.

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